Solo frente al
acantilado respiró el aire y miró el mar rompiendo contra las rocas sobre las
que estaba subido. El mar le hipnotizaba y le recordaba miles de cosas. Miles
de momentos y recuerdos que pasaban como diapositivas.
Su camisa ondeaba al viento
y sus ojos eran negros como el azabache y profundos, clavados en lo más hondo
del mar que se abría paso ante su atenta mirada. Respiraba con fuerza el suave
aroma de la costa.
Se encontraba en el
mejor lugar para reflexionar. Tenía mucho que reflexionar. Acababa de perder
mucho más de lo jamás había tenido en su poder. Una oportunidad única, pero las
circunstancias eran las que eran. Había perdido el último tren hacia la que
llamaban, felicidad plena.
Nuestro protagonista
había pasado por aquella época que todos pasaban. La del tonteo, la del
cortejo. Esta fase había dado paso a un acercamiento más profundo y por
consiguiente a un enamoramiento más intenso. De igual intensidad fue la dureza
de la caída.
El amor hacia ella
había sido autodestructivo, lo había dejado seco, desahuciado. Había perdido a
muchos amigos por el camino y sabía que no le hacía ningún bien, pero seguía
adelante, buscándola día tras día. Ella lo seducía y luego lo dejaba ir en una
vorágine de sentimientos encontrados y dolores de cabeza y corazón.
Mientras reflexionaba,
sintió el aire en su nuca y se despejó. Vio claro que aún tenía posibilidades
de coger ese tren hacia la felicidad. Aún podía recuperarlo todo. Sin embargo,
ella era poderosa, apasionada, única. Hacía que se sintiera bien. Mientras él
estaba “bien”, ella lo consumía por dentro y sus amigos y seres queridos le
veían como a un monstruo obsesionado con ella.
“Eran injustos” pensó.
“¿O quizás no?” ya no veía nada con claridad y aún así, lo sentía más fuerte que
nunca en su cabeza. Resonando una y otra vez, estaba la solución. La pregunta
era ¿Sería valiente? Estaba harto de seguir siendo un don nadie por culpa de
ella y no se lo pensó dos veces antes de tomar la decisión.
Era hora de salir de
aquella espiral y alcanzar la libertad. Miró a su lado y allí estaba ella.
Suspiró y la tomó del cuello. Tras un balanceo simple, la soltó y acabó
estrellándose contra el rocaje y perdiéndose en lo más profundo del mar.
Se había desecho de
ella, de la botella. Ya era libre y consciente del cambio que debía hacer en su
vida. Comenzaba una nueva era.
Pues esto ha sido todo por hoy. Empezamos el lunes con un
relato. Sé que hacia el final del relato os habéis asustado. Es fácil creer que
la historia trata de una mujer o del amor humano. ¿Curioso no? No es tan raro,
el amor es una droga más, como en este caso, el alcohol. Pasen buena semana.
Aarón Hernández.
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