*Pura ficción
Bueno, ella no era como
los demás. Era diferente. Y en eso se basaba toda su vida, y por tanto, su historia.
Era diferenta a
hombres y mujeres. Solo era distinta. No se dejaba llevar por las convenciones
sociales. Era increíblemente hermosa y sin embargo, ella no lo notaba. No
notaba esas miradas que la recorrían de arriba abajo, y no era para menos.
Pero era una verdadera
lastima que esas miradas no fuesen capaces de ver más hacia dentro. Y no, no
nos referimos a la belleza que podría albergar su cuerpo desnudo. Nos referimos
al verdadero interior. Porque era increíble, era tan sumamente hermosa por
dentro como por fuera.
El solo poder
conocerla en la intimidad, ver como se dejaba ser solamente ella, era sublime.
Hacía que uno realmente supiese que el mundo aún tenía algo bueno reservado
para todos nosotros. Ella era en sí misma su propio significado. Su propia
filosofía.
A veces era
inconstante y te golpeaba con arrebatos de poca piedad. En esos momentos, creías
que no volverías a confiar en ella. Creías que te la había jugado, que ella no
estaba hecha para ti. Que no querías seguir viéndola, tocándola y amándola.
Y aún así siempre seguías.
Siempre ibas más allá con ella. Cuando te traía un cachorro a casa, un niño, un
paisaje pintado con la maestría que solo, solo, ella tenía. Siempre te sorprendía
y te reconquistaba con alguna nueva maravilla. Te daba razones para seguir con
ella.
Recorrer su cuerpo hacía
entrar en pánico a cualquiera. Siempre parecía un camino escarpado, pero corto,
muy corto. No querías acabar de recorrerla y temías que llegase el día en el
que no pudieses recorrerlo más. Un camino de delicias y pecados. De risas y
llantos.
Y cuando sabes que
ella se va y que no volverá. Que no volverás a escuchar esas risas, esos
llantos. Que no volverás a ver esos paisajes. No volverás a verla en bruto. A
verla y a entenderla. Y te das cuenta de que nunca lo hiciste, nunca la
entendiste. Hasta ese último momento, en el que se va. Y notas que lo su
verdadero significado residía en cada gran momento que ella te brindaba. Residía
en su belleza desnuda. En verla sin esos ropajes llenos de dolor. Sin el
maquillaje del dinero, el poder y la soberbia.
Y ya era tarde. Y el
cuerpo que recorrías se había terminado. Y solo quedaba el silencio y la
oscuridad de su ausencia. Y un corazón roto que se da cuenta de que nunca le
dijiste “te amo”. Nunca.
Ella se llamaba vida.
Y había que vivirla.
Esto ha sido todo por hoy. Amen la vida. Grítenlo. Un
saludo. Sean felices, como yo.
Aarón Hernández.
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