domingo, 19 de enero de 2014

La Belleza.


Bienvenidos un lunes más a 7Artes.

La belleza. Al final es la belleza es lo que cuenta. Buscamos día tras día la belleza. En todas las facetas y ramas en las que se diversifica una palabra que alberga tanto significado.

Según el diccionario de la RAE, ‘Belleza’ significa “Armonía y perfección que inspira admiración y deleite”. Y como nos gusta a nosotros el deleite. El deleite, el placer. Buscamos la belleza para contemplarla y deleitarnos con su mera imagen. La búsqueda de la belleza es el acto de hedonismo más complejo. Queremos tener, poseer, lo más bello, para pasar de deleitarnos con su imagen a deleitarnos con su compañía o a disfrutar de esa cosa tan bella.

Queremos la casa más bonita, el coche que más mola (Expresión SuperPop, denúncienlos a ellos), la mujer más guapa, el hombre más guapo, etc. Buscamos lo más bello y no solo para deleitarnos con su imagen, si no para tenerlo. La avaricia innata a todo ser humano. Queremos lo mejor y lo mejor, es lo más bello.

Según la definición, causa también admiración. La admiración tiene dos vertientes. La buena y la mala, que se llama envidia. La buena es aquella admiración a la belleza que ha movido a todos los grandes artistas. En el campo que sea, un bello paisaje, una bella mujer, un bello sentimiento, han inspirado siempre a escritores, pintores, escultores, cineastas. A todos los inspira la belleza. La admiración a la belleza. Y luego está la parte mala, la envidia. Algo bello puede ser objeto de una admiración negativa, un ansia de alcanzar el mismo nivel que nos lleva a la envidia. Una envidia cultivada en lo horrible de nuestro propio ser. Una envidia que saca la peor cara de una persona.

La definición por defecto no contempla la envidia a la belleza. De nuevo partiendo de la base de que el ser humano es bueno. Pero no lo es. Algo tan maravilloso, tal regalo de la vida, como es la belleza, debería sacar lo mejor de cada uno. Sin embargo, ponemos por delante la necesidad de ser mejores que la propia belleza, corremos la cortina a nuestra cara más feroz e intentamos arruinar todo aquello que en realidad debería conmovernos. Lo vemos día a día. Artistas que se odian entre ellos, cuadros que fueron saboteados, las ediciones falsas del Quijote, niñas que humillan a otras solo porque son más guapas y más buenas. La belleza de una novela, un cuadro, una persona o la belleza interior de quien es bueno, nos quema. Nos molesta.

A veces, la belleza interior suena a demagogia. Y lo es. Poca gente da importancia a la belleza interior. Pero es belleza y de las más puras. Porque es capaz de transmitir por el aire el porque de su armonía y perfección. Una perfección que no engaña al cerebro, porque no llega a través del ojo, si no a través del corazón. Y el corazón no miente a la cabeza. Alguien de belleza interior es capaz de deleitarnos con su sola presencia, con su conversación, con su bondad. Esa es la más pura, como he dicho antes. Lamentablemente la primera impresión siempre contará y la belleza exterior, o al menos, los cánones de belleza actuales son los que nos mueven. A todos y cada uno de nosotros.

Solo cuando seamos capaces de captar la verdadera belleza, no aquella que vemos con los ojos y engaña a nuestro cerebro, si no aquella que se siente. La belleza que nos envuelve, que nos conmueve de verdad y que está en las cosas hechas con el corazón. “Una buena novela es una novela veraz” decía Hemingway. Una novela, un cuadro, una escultura que ha salido del corazón, del verdadero sentimiento, esa es la auténtica belleza. Y una persona que es guapa y no sabe que lo es. Una persona cuya belleza es natural y que su interior dice más que cualquier artificio estético. Esa persona es bella. Ella es la belleza.

En mi mundo, en el arte, hay que crear belleza. Aprecio la belleza en todas sus formas. Y también peco de materialista y sucumbo a la envidia como todo ser humano. Pero me di cuenta de algo. Algo que cambio las cosas. Me convertí en escritor porque quería plasmar la belleza con la palabra. Me di a mi mismo el apelativo de escritor cuando supe que podía conmover y hacer a los demás reaccionar con lo que escribía. Al fin y al cabo mi trabajo es crear belleza y también es buscarla, encontrarla y disfrutarla. Luego toca hacerla saber. Me hice escritor porque tenía una historia que contar. Una historia de belleza. Y aún queda mucha. Día a día.

Un saludo. Sean felices, como yo.

Aarón Hernández. 

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