miércoles, 22 de marzo de 2017
A Él.
Muchos años han pasado desde que esta foto que sirve de cabecera fue tomada. Muchos años han pasado desde que rescatase a esa preciosidad de lo más profundo de un cubo de basura.
Siempre me gustaron los animales. Sin embargo, no fue hasta el momento en el que saqué esa bolsa y comprobé que había en ella cuatro perros, dos muertos, dos vivos, que me di cuenta que sería un activista por los derechos de los animales. Los únicos seres vivos que merecen la pena.
El ser humano es despreciable. Lo he plasmado en artículos aquí y en mis novelas. Pero los animales no. Ellos son lo único que te queda siempre. Y hoy, hablamos de un perro.
Un perro que se desvive por mi, como nadie lo ha hecho o lo hará jamás. Hoy es el día en el que, pensando que las ideas profundas, aquellas que rigen la sobriedad y la calidad de un artista de las letras, se habían acabado, me di cuenta de que quedaban más cosas. Y una de ellas es mi vida.
Uno de los motivos de mi existir. Mi más fiel compañero. Mi más sincero amigo. Mi único hijo, hasta la fecha. Mi perro. Mi mundo. Mi todo. Porque cuando solo había tinieblas, él estaba a mi lado. Porque cuando vuelven las tinieblas, él está a mi lado. Porque cuando la oscuridad me envuelva y todo haya acabado, le recordaré a él. Y ese final tenga sentido.
Los animales son maravillosos porque te quieren por encima de lo que tú seas. Ese es el caso de mi perro. El único que me quiere sea como sea. El único que estará ahí hasta el final. El final de sus días, que no de los míos. Y esa es otra. Un padre nunca debería sobrevivirle a un hijo, al igual que, ojalá, un hombre nunca debería sobrevivirle a su perro. Pero la vida es así. Lo común es que tu mascota, tu compañero y amigo, muera antes que tú.
Sin embargo, y pese a mis impresionantes ganas de vivir, si lo pienso, daría todo lo que tengo por no ver morir a mi amigo. Por que él me sobreviviese. Aunque sé, que tal es su amor sin límites, que moriría poco después que yo, de pena.
Los homenajes se deben dar en vida, dijo el sabio. Y hoy, mientras lo tengo en mi regazo, vivo, le hago este homenaje. Él nunca lo sabrá, pero me querrá. Sin embargo, mi amor hacia él es tal que debía plasmarlo. Esto es un trozo más de mi corazón que regalo a mis lectores.
Y una oda a los animales. Aquellos que no se merecen a los humanos. Un canto a los que merecen el verdadero paraíso. Un poema sin rimas a los que siempre han estado ahí.
Va por todos los que amáis a los animales. Va por mi querido amigo que ahora mismo me mira con ojos vidriosos mientras lucha contra el sueño, esperándome para ir a dormir. Porque aguantaré lo que sea, mientras estés a mi lado.
Aarón Hernández.
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