domingo, 9 de febrero de 2014

Frío.


Bienvenidos un lunes más a 7Artes.

*Pura ficción.

Giró sobre si mismo y se vio rodeado por una espesa niebla que apenas dejaba ver. Las gotas de lluvia mojaban su cara y la oscuridad envolvía su entorno. Frío. Era lo único que sentía desde hacía mucho tiempo. Un frío que helaba hasta al hombre de sangre más caliente. Hasta al latino más reguetonero. Un frío que venía de la propia oscuridad y  la lluvia que le calaba hasta los huesos. Y estaba la niebla. La jodida niebla que no dejaba ver. ¿Dónde estaba? No recordaba ni como había llegado allí, ni que había sucedido en su vida antes de abrir los ojos y no ver nada.

Intento andar y no lo consiguió. Intento hablar y tampoco sucedió. Gritar, nada. ¿Qué diablos estaba pasando? Entonces se le encendió la bombilla. Era un sueño. Solo tenía que relajarse y salir de allí. Pero ese frío. Ese frío era tan real. Se relajó. Y despertó.

Miró a su alrededor y había la oscuridad propia de una casa solitaria y silenciosa. Notaba aún el agua de la lluvia en su ropa y el frío. El mismo frío del sueño. Buscó a tientas el interruptor de la luz. Lo encendió y la luz le cegó temporalmente. Como si de la apertura de un álbum de fotos o una caja de recuerdos se tratase, recordó todo. Pasó ese primer minuto de desconocimiento que tenemos todos al despertar.

Recordó que la niebla era la misma que envolvía su existencia. El frío era crónico. Tenía el corazón cristalizado desde que se había quedado solo hace unos años. Una experiencia traumática que ni si quiera se atrevía a recrear en su dañada mente. Y el agua solo era licor que derramaba sobre su ropa. Beber y beber.

Como todos, había usado el alcohol por diversión y la diversión acabó en necesidad. Y la necesidad cada vez era más fuerte y desembocó en el alcoholismo. Y siempre volvía a ese lugar oscuro y siempre lo olvidaba al despertar. Su vida era aún peor que aquel sitio. Algo lo llenaba de amargura, lo encerraba en su propia casa que no era más que el caparazón de un miedo a vivir. Miedo a volver a querer a alguien y perderle.

Todo era oscuridad y pena. No quería vivir y aún así no encontraba el valor suficiente para dejar de hacerlo. Algo le decía que siguiese, pero en los últimos momentos, ese algo, esa voz se estaba apagando. Avanzo a la ventana de una habitación desconocida. La abrió y se tiró. Fin. Ni llegó a notarse caer. Ni tuvo miedo.

Y abrió los ojos. Techo blanco se extendía ante sus ojos adormecidos. Miró a su lado y vio una cara bonita que aún dormía. Palpó bajo la almohada y sacó su móvil, lleno de mensajes de amigos y compañeros. Ya si sabía quien era. Todo había sido un sueño dentro de otro sueño. A cual más lúgubre. Le había ido mal en el trabajo y recientemente vivía en una constante furia. Pero no tenía motivos reales. Le iba bien y lo había comprendido.

No creía en las señales divinas pero ese extraño sueño, esa enigmática ensoñación le había tocado de lleno. Sentía aún un miedo reflejo del sueño. Aún notaba el terrible frío, pero se estaba disipando a medida que iba recuperando el optimismo. En el sueño (O pesadilla) había sentido un dolor y una desolación tan fuerte que, aún siendo tan real, había tenido la sangre fría de tirarse por la ventana. Y había despertado en una vida idílica. En una vida que la estúpida ira había hecho olvidar. No tenía motivos para sufrir de esa ira. Entendió que tenía mucho que agradecer a la vida.

Que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. No todos tendrán un sueño premonitorio que nos haga reflexionar y apreciar las cosas. Sin embargo, que esto sirva para apreciar nuestra vida. Porque todos tenemos cosas buenas por las que merece la pena sonreír.

Un saludo. Sean felices, como yo.

Aarón Hernández. 

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