Bienvenidos un lunes más a 7Artes.
*Pura ficción.
Giró sobre si mismo y
se vio rodeado por una espesa niebla que apenas dejaba ver. Las gotas de lluvia
mojaban su cara y la oscuridad envolvía su entorno. Frío. Era lo único que sentía
desde hacía mucho tiempo. Un frío que helaba hasta al hombre de sangre más
caliente. Hasta al latino más reguetonero. Un frío que venía de la propia
oscuridad y la lluvia que le calaba
hasta los huesos. Y estaba la niebla. La jodida niebla que no dejaba ver. ¿Dónde
estaba? No recordaba ni como había llegado allí, ni que había sucedido en su
vida antes de abrir los ojos y no ver nada.
Intento andar y no lo
consiguió. Intento hablar y tampoco sucedió. Gritar, nada. ¿Qué diablos estaba
pasando? Entonces se le encendió la bombilla. Era un sueño. Solo tenía que
relajarse y salir de allí. Pero ese frío. Ese frío era tan real. Se relajó. Y
despertó.
Miró a su alrededor y
había la oscuridad propia de una casa solitaria y silenciosa. Notaba aún el
agua de la lluvia en su ropa y el frío. El mismo frío del sueño. Buscó a
tientas el interruptor de la luz. Lo encendió y la luz le cegó temporalmente.
Como si de la apertura de un álbum de fotos o una caja de recuerdos se tratase,
recordó todo. Pasó ese primer minuto de desconocimiento que tenemos todos al
despertar.
Recordó que la niebla era
la misma que envolvía su existencia. El frío era crónico. Tenía el corazón
cristalizado desde que se había quedado solo hace unos años. Una experiencia
traumática que ni si quiera se atrevía a recrear en su dañada mente. Y el agua
solo era licor que derramaba sobre su ropa. Beber y beber.
Como todos, había
usado el alcohol por diversión y la diversión acabó en necesidad. Y la
necesidad cada vez era más fuerte y desembocó en el alcoholismo. Y siempre volvía
a ese lugar oscuro y siempre lo olvidaba al despertar. Su vida era aún peor que
aquel sitio. Algo lo llenaba de amargura, lo encerraba en su propia casa que no
era más que el caparazón de un miedo a vivir. Miedo a volver a querer a alguien
y perderle.
Todo era oscuridad y
pena. No quería vivir y aún así no encontraba el valor suficiente para dejar de
hacerlo. Algo le decía que siguiese, pero en los últimos momentos, ese algo,
esa voz se estaba apagando. Avanzo a la ventana de una habitación desconocida.
La abrió y se tiró. Fin. Ni llegó a notarse caer. Ni tuvo miedo.
Y abrió los ojos.
Techo blanco se extendía ante sus ojos adormecidos. Miró a su lado y vio una
cara bonita que aún dormía. Palpó bajo la almohada y sacó su móvil, lleno de
mensajes de amigos y compañeros. Ya si sabía quien era. Todo había sido un
sueño dentro de otro sueño. A cual más lúgubre. Le había ido mal en el trabajo
y recientemente vivía en una constante furia. Pero no tenía motivos reales. Le
iba bien y lo había comprendido.
No creía en las
señales divinas pero ese extraño sueño, esa enigmática ensoñación le había
tocado de lleno. Sentía aún un miedo reflejo del sueño. Aún notaba el terrible frío,
pero se estaba disipando a medida que iba recuperando el optimismo. En el sueño
(O pesadilla) había sentido un dolor y una desolación tan fuerte que, aún
siendo tan real, había tenido la sangre fría de tirarse por la ventana. Y había
despertado en una vida idílica. En una vida que la estúpida ira había hecho
olvidar. No tenía motivos para sufrir de esa ira. Entendió que tenía mucho que
agradecer a la vida.
Que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. No
todos tendrán un sueño premonitorio que nos haga reflexionar y apreciar las cosas.
Sin embargo, que esto sirva para apreciar nuestra vida. Porque todos tenemos
cosas buenas por las que merece la pena sonreír.
Un saludo. Sean felices, como yo.
Aarón Hernández.
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