*Pura ficción.
Yo soy yo.
También el cúmulo de
circunstancias y vivencias que he tenido a lo largo de mi existencia. Aún así,
al fin y al cabo, yo soy solo yo. Soy en compañía de otros el mismo que en
momentos de soledad. En los momentos con la gente, soy yo y los demás. Cuando
estoy solo soy solo yo. No necesito comportarme de una forma diferente, ni la
presencia de los demás me hace ser más yo de lo que ya soy.
Nadie me ha sido
imprescindible para sentirme bien. Solo necesito seguir siendo yo. Mis
pensamientos, mis vivencias, mi vida en general. Solo soy eso. Creerme más de
lo que soy en la realidad sería un acto de hipocresía. Pues yo solo soy uno
más. Nada me distingue en demasía del resto. No soy rico, no llamo la atención,
no he triunfado. Solo soy otro. Otro que camina entre la multitud. Y aún siendo
otro más, soy yo.
Me veo sentado mirando
a la pared. Me veo pensando en la más absoluta nada ¿Tiene algo el mundo
reservado para mi? Probablemente no. Como para todos. Yo no soy uno entre un millón.
No soy el genio capaz de buscarse la vida por medio de su talento. Tengo
talento, por supuesto. Un talento innato que me hace más yo de lo que ya soy. Y
no me sirve de nada. Soy consciente, vivo con ello y no me molesta que se palpe
en el aire.
A veces pienso ¿Quién
sería capaz de ser parte de mi yo? Cientos de enamorados se dicen día tras día
que se aman y que lo son todo para el otro ¡Demonios! Solo uno mismo lo es
todo. Yo sin mi no sería nada. No existiría. Me necesito a mi ¿De verdad se puede
perder la identidad sin otra persona en tu vida? ¿Puede una persona meterse en
tu corazón hasta tal punto que sin ella no seas tú?
Difícil de saber. Es
la imaginación la que vuela cuando yo y mi yo interior nos hacemos estas
preguntas. Una bombilla de dibujos animados se me enciende cuando empiezo a
comprender. Yo soy solo yo, porque siempre quise ser solo yo. No tengo tiempo
para la dependencia. Creo en la soledad, pero la soledad no quiere creer en mi.
Al final, me hace saber que lo que quiero es eso que tanto cuestiono. Al fin lo
entiendo.
Supongo que cuando
compartes tu vida con otra persona, quiero decir, compartes hasta el último de
tus secretos. Hablas de todo y no ocultas nada. Al final se mete dentro de ti.
Es parte de tu día a día y se convierte en una persona necesaria. Cuan
espectacular tiene que ser esa persona. Y que difícil tiene que ser que se vaya
o que falte por unos instantes. Peor aún si son días, meses o que, simplemente,
ya no esté.
Claro que dejas de ser
tú. Ahora lo entiendo. Benditos pensamientos. Cuando te ves reflejado en un
espejo y la otra persona está a tu lado, debe ser difícil volver a mirarte
cuando no está. Es parte de ti. Cuando sujetas la puerta de casa tras de ti,
para que la otra persona entre, debe ser difícil ver que ya no lo haces. Has
perdido esa costumbre. Ya no eres tan yo como antes. O, al menos, no eres tu yo
de antes. Igual es una mejora, pero ¿Y si te gustaba tu yo de antes? ¿Y si
disfrutabas de la vida siendo un yo anterior?
Maldita sea, es
difícil. Difícil es, me imagino, entrar a un cuarto y oler la esencia de esa
persona, y en lugar de estar ella, como antes, solo quede la esencia. El
recuerdo. Que melancólico todo. Debe ser duro. Lo comprendo. Pierdes una parte
importante de tu vida. Una parte que día tras día estuvo allí. Debe ser
horrible. Normal. Lógico que ya no seas tan tú. Entonces ¿Yo soy yo? No, parece
que no. Yo soy yo y quien venga y se meta en mi corazón. Yo solo soy una parte
de mi que ya tengo, tú (seas quien seas) eres mi parte que falta.
Mientras tanto
aprenderé a sobrevivir y a ser yo, hasta que me llegue el momento de ser otro
yo. Se abre el abanico. La vida tiene sentido y tiene color en todos y cada uno
de sus formatos. Y hasta esa melancolía que imagino, tiene su encanto.
Sean felices, como yo.
Aarón Hernández.
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