jueves, 27 de septiembre de 2012

Otoño.


Ayer por fin llovió y esto ha despertado el sentimiento de que hemos pasado de estación. Ha llegado el otoño y con el un sinfín de pequeños placeres que dejan el corazón en una acogedora capa protectora del incipiente frío y viento.

La comida caliente, el arroparse con las sábanas, los frutos secos y los cafés calientes.

Por ello hoy voy a dejarles un mini relato en honor al otoño. La estación más propia de los escritores y si son bohemios, mejor.

Otoño, mi otoño. Llegaba como un vendaval por las calles de la ciudad. Los árboles se oscurecían y los tonos rojizos y marrones empezaban a aparecer por los parques de la enorme caja acristalada que era la ciudad.

Los niños jugaban sobre los montones de hojas que caían de los árboles. Las gotas de lluvia, de las primeras lluvias, tocaban a los cristales de las casas, como pidiendo permiso para entrar en los hogares ya caldeados y en los que se servían comidas calientes.

Todo el mundo, de una forma u otra daba la bienvenida al otoño. Despedía al verano, el verano de amores, vacaciones y de no saber en que día se vive. Llegaba con el otoño, la rutina. Esa esclavitud a los horarios que acaba agradeciéndose.

Los coches de arriba a abajo, pasando por los charcos de agua. Y en cada charco, una hoja rojiza. Parece como él que llora sobre una almohada ya mojada de lágrimas. Las lágrimas del cielo, la lluvia y encima las lágrimas de los árboles.

Las tardes grisáceas que invitan a la melancolía y al pensamiento. Las tardes de pasear con tu perro bajo la fina lluvia. Las tardes de cine, de puro, de Jazz. Tardes que incitan a la creatividad del genio y del bohemio. Tardes que los hipsters inmortalizan con sus cámaras vintage para subir las instantáneas a Instagram.

La caída de la hoja significa tanto. El otoño crea un paisaje digno de ser mostrado en una buena película, escrito en un buen libro y por supuesto, inspirar a una buena canción.

Pero también la melancolía llega con esos tonos rojos y marrones. Los amores perdidos duelen más en otoño. Las tristezas del corazón son mayores si miras por la ventana y mientras resbalan las gotas por el vidrio, de fondo, ves el cielo gris y los árboles depositando con mimo sus hojas sobre las aceras. Y en esos momentos los sentimientos se magnifican de una forma espectacular.

El silencio, el estar con tu propia conciencia y ver un paisaje tan precioso y preciso, es como un shock eléctrico en el alma. Es inevitable ser melancólico en otoño. La vitalidad del verano, de sus gentes, de sus lugares, quedan atrás. Ya son meros recuerdos. Las plazas de los pueblos, donde los flirteos estaban a la orden del día, pasan a estar desiertas, mojadas y grisáceas.

Las concurridas calles de la ciudad pasan de tener un aspecto de postal turística a el ajetreo e idas y venidas de los comerciales, los estudiantes y algún que otro artista que siga creyendo que hay sitio en el mundo para él.

Y las terrazas desaparecen y los cafés se llenan de gente de paso. Y las librerías están concurridas de estudiantes que buscan libros. Y los paraguas están mojados. Y la vida es encantadoramente gris.

Yo deseaba que llegase el otoño. Mientras exista el otoño, existirán los artistas.
Y esto, amigos míos, ha sido todo por hoy. Disfruten de una estación maravillosa. Ánimo a quien vuelve a la rutina y a quien nunca salió de ella. Quieranme.

El otoño es la estación para echarte de menos, a ti.

Aarón Hernández.

 

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