Querido Justin. Te escribo estas cariñosas líneas cuando tú ya habrás cantado en España, y para cuando tú las puedas ignorar, para qué engañarnos, cantar, lo que se dice cantar, tampoco lo habrás hecho.
Jo, perdona que no pudiese asistir a tu concierto en España. En un principio iba a ir, pero mi mami me dijo que no malgaste el dinero en tonterías. Qué fuerte tía. Estoy seguro de que me echaste de menos entre el público. Te imagino buscándome y desolándote al no encontrarme entre tu respetado público.
Antes que nada discúlpame por la rajada que voy a pegar de ti. Tú y tus seguidores estáis acabando con lo poco que queda de coherencia en el mundo, de igual forma que con los buenos gustos musicales. Dónde quedarán aquellos Michael Jacksons, Beatles, bueno, que te voy a contar yo a ti que no sep… Lo siento, olvidé que tú de nociones básicas no sabes mucho, como se ha demostrado en infinidad de vídeos aparecidos por la red de redes.
Aunque supongo que eso a tus chorreantes y babeadoras seguidoras no les importa lo más mínimo. Su única ilusión en la vida es verte dar berridos cual becerro en celo. Hoy día no interesa cuánto sabes, ni el esfuerzo. Por el amor de Dios, Justin, dime que tu primera canción no la compusiste estando en el baño, más concretamente sentado en el trono real. Y no lo digo porque allí suelan ocurrírsele a uno buenas ideas. Hablando en un tono más como tú, o sea vulgar, diré que yo he cagado mierdas más perfectas que lo que tú compones. ¿A eso se le llama componer? Bueno da igual.
Allá donde vas, la lías. Eso es evidente. Por la inconfundible humedad relativa en el ambiente de la semana pasada, juraría que llevabas días por estas tierras, con lo que imagino que ya te habrá dado tiempo a pelearte con paparazzis, desmayarte por nuestras esquinas, vomitar nuestra rica gastronomía, y cancelar por capricho compromisos dejando a tus fans compuestas y sin novio una vez más. Eso me divierte, no dejes de hacerlo, por favor.
Eres el héroe indiscutible de una nueva generación de adolescentes y el villano de sus padres, seres queridos y educadores. Esos sufridos adultos haciendo cola 15 días antes de tu concierto para que sus hijas pudiesen asistir al colegio y que luego nadie les quite la custodia… En fin. Polarizas, y eso en esta época ya es sinónimo de éxito.
El caso es que no sólo te odiamos los que disponemos de sentido común, si no que por mi parte, me preocupas. Bueno, perdón, tú no. Tú en ese sentido me das igual. Las que me preocupan son tus fans. Las beliendres, como yo las llamo: todavía pequeñas, pero tan molestas y rabiosas como un piojo. Y es que ellas sí me quedan cerca. Son personas conocidas que te han convertido en su líder espiritual y que comulgan cada día con eso a lo que tú llamas música.
Vale, todos hemos tenido ídolos. Cantantes, futbolistas, artistas en general. Pero nunca nadie como tú.
Las que te siguen desde tu salto a la fama en el 2008, no siguen una carrera musical, siguen un reality-show. No importa si sabes cantar bien o mal. Apuesto a que si fueras más feo no te seguiría ni tu vieja (perdóneme la expresión Sir Justin). Lo tuyo ni siquiera es un talent-show, porque aún ahí habría algo de talento y un jurado para impartir algo de criterio y justicia. Un jurado que te tendría que haber parado los pies antes de que hubieras montado la secta que has montado.
Ahora mismo a las beliendres les interesa más si su ídolo se separa de su novia que si se produjera la tercera guerra mundial. O de su corte de pelo de hace uno o dos años (joder tía, qué fuerte)
Lo tuyo es Belieber Shore. Un reality las 24 horas que genera la adicción de millones de fans -de fanatismo- que no pueden ni quieren desengancharse. Y como en todo reality, no hay cultura del esfuerzo, sino del pelotazo. A lo Gran Hermano. Uno se hace famoso por acostarse con una muchacha y al día siguiente lo publican en todas las portadas de la prensa rosa. Y yo pregunto, ¿para qué cojones sirven programas como Gran Hermano? Pero eso lo discutiremos en otro artículo. Estamos aquí para hablar del gran Justiniano.
Últimamente tus beliendres van dedicando palabras de amor sencillas y tiernas a quienes no están conformes contigo, piropos que no hacen más que confirmar el fanatismo alocado en el que viven y la vida de pena que llevan. Dicen que cómo nos atrevemos, que tú has hecho más por la humanidad que muchos otros (ahí es donde se merecen un guantazo con la mano abierta en el cielo de la boca), y que tú ganas más en un día que lo que yo seré capaz de ganar en toda mi vida. En eso último no les quito la razón. Pero prefiero ganar dinero trabajando honradamente que no crear una secta y vivir del cuento.
Sagerao tete. Y como dijo el filósofo, Baby, baby, baby, uuuh!
Odiadme, porque vuestro odio hace mi orgullo.
Carlos Sánchez.
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