martes, 5 de enero de 2016

Cuando escribo.

 

Cuando escribo pienso y siento. Imagino e invento. Plasmo palabras, cuando escribo. Expreso ideas. Doy opiniones. Soy objetivo y subjetivo en su debido momento. Parcial e imparcial. Odiado y querido. 

Soy el blanco y el negro. El blanco de las críticas o de los halagos. El negro de la oscuridad más absoluta que envuelve con melancolía y desencanto aquello que escribo. Porque cuando escribo, soy melancólico. Soy un firme creyente de los finales no tan felices. Soy un pesimista en términos argumentales. 

Soy un escritor de tragedias. Cuando escribo, me siento filósofo. Uno del tres al cuarto, pero filósofo. Y pienso mucho en como es la vida. En lo bella y amarga que es. En como los finales felices pocas veces existen de verdad. No hablo de corazones rotos. Hablo del final de los finales. Para  el que se va puede ser liberador, pero sigue siendo un final triste.

Cuando escribo, fumo. Y el humo hace espirales en la penumbra y se eleva y choca contra las paredes. Acaba desapareciendo. Se mezcla con la única luz del flexo y crea formas que fluyen al ritmo sincopado de las palabras. 

Cuando escribo, me acompañan Paul Desmond en solitario o con el Dave Brubeck Quartet. Me acompaña Chet Baker. Me acompañan las notas de un saxo que llora. Quizás es el ambiente el que genera mi escritura. Sin embargo, sin ese ambiente, soy incapaz de escribir. 

Cuando escribo juego a ser un ente superior. Doy vida y mato. Creo y destruyo. El destino de cada uno de mis personajes y el devenir de sus historias está en mi mano. Y los hago sufrir y disfrutar. Normalmente acaban mal. Y cuando acaban bien, no acaban bien del todo. 

Y no es un pensamiento triste. Es una realidad. Mis personajes viven aventuras, se enamoran y se superan a si mismos. Y eso es más de lo que muchos jamás lograremos. Porque cuando escribo, fantaseo. Y la pura ficción quizás es una profunda aspiración. 

Cuando escribo plasmo el bien y el mal. Separado y unido al mismo tiempo. El blanco y el negro que se funden en el profundamente gris. Imposible para mi es que un personaje siga unas pautas preestablecidas. Ningún ser humano está cuadriculado. Los pensamientos de mis peones tienen aristas. 

Cuando escribo dejo un legado. Si nunca jamás publico nada, alguien encontrará mis escritos en mi ordenador. En ese momento, los personajes y la historia que murió en mis manos volverá a cobrar vida. Y eso es un legado. Cuando los años pasen, este blog seguirá aquí y quizás alguien lo encuentre y vuelva a recitar mis palabras en su mente. Eso, es un legado. 

Cuando escribo me libero y soy feliz. Cuando escribo hago lo que hago y no tengo ni idea de como lo hago. Escribir me recuerda que tal vez si soy bueno en algo. 

Y cuando escribo, siento que estáis más cerca. Cuando escribo lo hago por mi y por vosotros. Por eso escribo. Por quien ahora mismo me lee. Independientemente de quien seas. Cuando escribo, lo hago por ti. 

Aarón Hernández. 

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