jueves, 18 de febrero de 2016

Solo con el Jazz.


Unas notas que se clavan en el sentido. Unas notas que salen de trompetas y saxofones y levantan el vello de tu nuca. Ponen los pelos de los brazos como escarpias (A no ser que te depiles los brazos, que oye, bien por ti, no es mi rollo). El compás que marca el bajo y la batería. La maestra batería de Jazz tan infravalorada.

Las notas que surcan la habitación y dan la calidez en el escenario más frío. Y hacen que los ojos se vuelvan vidriosos. Y su compañía es mejor que ningún otra compañía. La soledad y el Jazz. Esa virtuosidad tan mágica y tan propia de los genios del Jazz.

El Jazz parece un llanto. Y una risa. Un canto. Y un silencio en su síncopa. Una magia de artificio estético que sale de un instrumento noble y sobrevuela el cielo y llena todos los espacios que encuentra vacíos de ternura.

Un saxo que empuja el humo hacia los pulmones y el licor hacia el hígado. Una suerte de melancolía y decadencia como decíamos en "La Belleza de lo Roto". Y que sería de lo roto y su belleza sin el Jazz como banda sonora de la existencia de todos y cada uno de los variopintos personajes que se dejan arrastrar por la más profunda melancolía. Por aquel tiempo pasado que siempre fue mejor.

Ya sea una década, un año, un mes, un día o una hora pasadas. Y la melancolía viene a ti y, créeme, viene en forma de Jazz. Su vehículo son las notas de Chet Baker, Paul Desmond, Bill Evans, Dave Brubeck, Miles Davis, Charlie Parker, Yusef Lateef, Thelonious Monk o John Coltrane.

Oboes, saxofones, trompetas, flautas, pianos, bajos y baterías. Todo tiene cabida en el Jazz. También la magistral guitarra de Django Reinhardt. El contrabajo de Eugene Wright o la batería de Joe Morello.

Y sí, doy la murga con nombres, no por hacerme el listo o resultar pedante. Los nombres son lo más importante del Jazz, porque detrás de esos nombres se encuentra el más absoluto talento. Una música única y, de forma subjetiva, el mejor género musical de la historia. Todo esto lo es para mi, para este pesado que teclea tonterías. Para ustedes, no lo sé.

Los felices años 20 fueron felices por la explosión del Jazz. Eso es un maldito hecho. Porque detrás de la música viene el sentimiento. Y el Jazz tiene sentimiento, tiene corazón. Y lo tiene porque los que tocan saben lo que sienten y lo plasman en un sinfín de notas que conforman una radiografía perfecta de lo que llevan dentro.

Ellos no tienen que aparentar ser lo que no son. Huyen de la imagen de divos. Simplemente son músicos. Humildes y atormentados. Únicos en su propia especie. Muchos de ellos ya extintos. Otros dando aún guerra, como Chick Corea.

Por ello, el Jazz seguirá siendo la banda sonora de mi vida y de mi día a día. Por ello escribo esto. Rindo humilde homenaje. Por eso hoy, estoy solo con el Jazz.

Aarón Hernández.

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